lunes, 2 de noviembre de 2015

Hablar de una pérdida, es hablar de crecimiento


Resulta que hablar de la muerte es hablar de la vida. Hablar de una pérdida, es hablar de crecimiento. Eso y más es lo que he aprendido en las sesiones con mi Tanatóloga, dónde estoy trabajando la pérdida de Mia.

Hoy que se celebra el Día de los Muertos me parece oportuno resumir los principales aprendizajes que he tenido al trabajar la pérdida de Mia. Aprendizajes que no podrían haber llegado a mí con tanta claridad, realidad y humanismo, sino hubiera conocido a Gaby, mi tanatóloga (@gabytanatologa)

No hay culpabilidad, solo responsabilidad. Definitivamente no fue mi culpa que Mia muriera. Me lo cuestioné infinidad de veces, evalué con detalle cada acción que tomé en mi embarazo. ¿Comí de forma adecuada?, ¿Tomé todas las vitaminas, medicamentos y tratamientos de forma adecuada?, ¿Dormí lo suficiente?, ¿y si hubiera tenido revisiones más seguido?, ¿y si a la primera sospecha de disminución de movimiento hubiera corrido a urgencias?. En cada pregunta sin respuesta me sentí culpable, hasta que en una de mis sesiones de tanatología mi razón se vio iluminada y mi corazón sorprendido cuando Gaby me dijo, “Sinceramente, es muy soberbio de tu parte pensar que todo dependía de ti. Hay cosas que tú no controlas, ni siquiera tu médico. No actúes con soberbia”. Ahora entiendo que era imposible que yo controlara todo y más bien lo único que podía hacer y que siempre hice fue actuar con extrema responsabilidad en el cuidado de mi embarazo. Eso es lo que se espera de una madre, y así lo hice.

Cada quien vive el duelo a su manera. Durante muchas semanas creí que tener el privilegio de ser la madre de Mia me daba el derecho de tener el protagonismo ante el duelo, así como a “exigir” a otros que sus demostraciones de amor y dolor fueran similares a las mías. Me desilusioné mucho viendo como otras personas no lloraban como yo. Llegué a pensar que no querían ni deseaban tanto la llegada de esta bebita hermosa y que por lo tanto no les dolía como yo creía que “les debía de doler”. Gran error. El duelo ante la muerte es tan personal y único, como la vida misma. Cuando por fin aprendí esto, empecé a ver todo el amor hacia Mia que siempre había estado ahí. Descubrí poetas (y varios) en la familia, descubrí niños entendiendo con mucho realismo qué es un ángel, descubrí a un padre escribiendo la carta de amor más profunda que puede recibir una hija, descubrí amigas con bebés en los brazos valorando lo que tienen,  descubrí a una abuela buscando fotos de chiquitos de todos los miembros de la familia hasta encontrar una donde pudiera yo (por fin) responderle “si, así era Mia, esa misma carita tierna tenía”. El duelo se viste de diferentes formas, tantas formas como personas que viven ese mismo dolor. Y así, en armonía, todos esos sentimientos con diferentes matices han dibujado un gran recuerdo hacia Mia y han enaltecido su corta existencia.

El santuario de Mia, soy yo. Las primeras semanas después de la muerte de Mia me costaba mucho trabajo entrar al que sería su cuarto, me daba mucha tristeza ver ese espacio vacío y podría jurar que sentía que la extrañaba, pero aprendí que no puedo extrañarla ni puedo ver lugares de mi casa como espacios donde “ya no está”, por el simple hecho de que nunca estuvo ahí. Al contrario de otros duelos donde se tienen experiencias de vida con una persona, en mi caso, Mia solo vivió dentro de mi. Puedo extrañar y añorar los momentos de estar embarazada pero no puedo extrañar a un bebé en brazos. Descubrir esto fue muy fuerte para mí, sobretodo porque en ocasiones lloré profundamente mientras arrullaba un mameluco vacío en mis brazos. Pero al final aprendí la lección y lo que se quedó conmigo fue esa gran ilusión de que la pequeña Mia llegara a la vida. Ante esta ausencia (de la ilusión), he buscado a Mia en muchos lados, inclusive en sus cenizas, a las cuales en ocasiones les hablaba, hasta que un día mi tanatóloga me iluminó con una frase … “El santuario de Mia, eres tú”. OMG!!!, ¡es cierto!. El único lugar donde ella vivió es dentro de mi y el único lugar donde seguro siempre la encontraré, es en mí.

Se vale sonreír. ¿Cuánto tiempo debe pasar para volver a sonreír?, una amiga me dijo que solo mi corazón me diría cuando. Y así fue. Pero en el camino es muy difícil pues la gente (aunque sea con la mejor intención) te desmoraliza cuando te dice “¡qué bien te veo!”, “¡se ve que ya la estás pasando mejor!”. A veces esas frases son como una ofensa para alguien que aún está atravesando un duelo. Y entonces, inclusive, dan menos ganas de sonreír porque sería una forma de decirle al mundo “no, a ver, espérate, todavía la estoy pasando mal, todavía lloro, todavía me duele, y si me estoy dando el permiso de sonreír es porque quiero ser feliz, pero por favor no hagas menos mi dolor”. Así, en la búsqueda de esta coherencia entre lo que siento y lo que demuestro las sonrisas se escapan, ya no las retengo más, las libero, las regalo a diario…

Gracias pequeña MIA, por acercarme al concepto de muerte y hacerme perder el miedo a la misma, por traerme la experiencia de Gaby que está guiando el amor que te tengo y el propio amor que tengo a ésta la VIDA MIA.

No tengan miedo, en serio, no vale la pena gastar energía ahí, mejor inviértanla en trabajar sus duelos, porque créanme que he aprendido que al estar trabajando el dolor te puedes sorprender de cómo una pérdida se convierte en una ganancia. El yin y el yang de la vida que te da como resultado mucho crecimiento personal.

Agradecida con la tanatología,
La mamá de Mia

vidamia0409@gmail.com


"Transitar un duelo y salir fortalecido de él significa no haber perdido sino haber crecido" 
Gaby Pérez Islas.








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